RAÚL CASTAÑÓN DEL RÍO

ESCRITOR

 
 
 

Desde el destino

Puerto de Santa María, octubre apenas. Tras un mes aquí, los días se aceleran y se precipitan con el final de la estancia. Pero no pasa nada, porque todo lo bueno se acaba y con ello se cuenta antes de empezar (eso sin contar que esta vez lo bueno me duró más que nunca). Por todo ello no me coge de susto, vamos. Cuento llevarme conmigo muchas pinceladas del arte residente. Experiencias, emociones

, vivencias que ya son recuerdos. Además de saludar a los amigos y lugares de otras veces (visitas de renombre incluidas), he conocido y descubierto rincones de andar por casa, de los míos, y gente con la que merece la pena pararse a conversar con sentido. He constatado que algunas conexiones personales son mágicas y se renuevan con el paso del tiempo. Que la realidad tiene muchas caras y momentos, numerologías, huidas, presentaciones, acuerdos. Esta vez he antepuesto afirmarme en el entorno a las notas incesantes del cuaderno y de resultas me siento más de aquí que nunca. La tarjeta de tren personalizada me ha otorgado, de algún modo, la ciudadanía de la Bahía, al compartir transporte a diario con estudiantes y currantes autóctonos. Y también la coincidencia relacionada de inaugurar el tranvía (¡bendita novelería!) que llevaba circulando apócrifamente desde 2006 (el año de mi estreno en Cádiz, curiosamente; más magia numérica coincidente).

Pese a no estar mucho en el apartamento algo escribí, no obstante. Redondeé unas aristas para la segunda edición del Dorsal 12 nuevo a partir de apuntes de bolsillo que esperaban su momento. Incluso participé en un concurso literario en papel impreso, por no perder del todo los hábitos. Dejé algunos de mis libros que llevaba conmigo (llegaron a Puerto), y uno de ellos, concretamente el último Cuaderno andaluz de la edición original se quedó en la estación de ferrocarril portuense; broche de oro apropiado para un libro de viajes andaluces. Y en lo humano, la sensación de que mi desparpajo se acrecienta con la estancia. Me encuentro tan aclimatado que me va a costar alejarme para volver a mi tierra de origen. De ahí el deseo de seguir. Desear quedarme a pasar el invierno y poder hacerlo con una maleta hecha para el verano. Aquí en Cádiz poco es mucho. Y el tiempo, lo reconfirmo, vale doble. Aunque cambien la hora hoy mismo y nos quiten luz, yo, aquí, sigo siendo demasiado feliz. Eso sí que no cambia.

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