Diana
Hay veces que predomina la excepción sobre la regla. El domingo, un trayecto en retrospectiva con el dorsal 12 del fútbol muy personal. Aparte de los simbolismos recordados o visualizados por el camino –mi escuela EGB y la antigua ubicación del Carlos Tartiere en Buenavista, el punto de encuentro con sede hostelera relacionada, las banderas de tu vida clamando en los balcones por el ascenso oviedista–, también era de esos días que sabes que todo irá bien. Ya no solo por la suerte caprichosa de los goles, sino por
todo en el ánimo. Sensaciones afirmativas de seguridad y memoria, el aplomo y las palabras correctas sin dificultad, el refuerzo agradecido de una amistad surgida en ese mismo barrio, por azar y por el túnel del mucho tiempo pasado. Un pasado reconquistado luego del partido, en la prórroga actualizada de una época pujante de aquellos bares de juventud, de futbolín o de dardos. El fútbol lo vimos en un bar de nombre nuevo para asociarse en la intimidad con el siguiente, renombrado por la procedencia de aquella noche excepcional. Proseguimos como antaño el partido, con futbolín, canciones y risas en esa otra cervecería de barrio. Un local especialmente señalado por el reencuentro con el mismo mes de mucho tiempo atrás. Una regresión triunfal en lo más hondo a la apuntada noche de dicha. Porque hay días celebrados como excepcionales que te declaran en fiesta. Porque hay veces que todo lo vencen y te activan el modo total, ahí donde te ves capaz de todo por la fuerza de la confianza. Hasta de subir a la máxima categoría por algún designio divino, o por lo que sea más de justicia. Quién sabe a día de hoy el mañana.
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