RAÚL CASTAÑÓN DEL RÍO

ESCRITOR

 
 
 

Arcoíris

Ha sido como una tímida salida del sol tras la tormenta, lo de este mes. Se puso fin –por fin, albricias y aleluyas varios– al estado de alarma en España y han vuelto a comunicarse entre sí las distintas comunidades, al menos en lo que a desplazamientos territoriales se refiere. Quienes me conocen saben que mi yo viajero suma al menos un cincuenta por ciento en mí. Una mitad complementaria y bien avenida, curiosa, armónicamente

, con mi naturaleza casera. Por tanto, era imposible no moverme después de tanto tiempo confinado en dique seco. Con calma, en principio, empezando por un tramo corto para evitar resentirme por tan larga inactividad –año y medio casi, una eternidad–. El destino era sencillo, la provincia vecina de León; el plan también, ver a la familia que tengo allí, hermano y sobrinos. Una semana oxigenante que me llega para retomar contacto con la inspiración interminable de los viajes. Cambio de aires literal, tiempo cambiante de primavera, respiros de floración rural; la vida lenta de un pueblo pequeño promete y ofrece eso. Y permite compaginarlo con las correcciones de escritura portátil. Además, pude cimentar una piedra angular pendiente de colocar en una colección de relatos que precisaba de ese remate puntual –curiosamente otro viaje, este histórico para bien–. Actualidad manda y a mí me vale porque sé hasta donde puedo llegar y adonde no llegaré nunca. El final del arcoíris seguiría siendo mitología viajera para mí. Valga como metáfora, y también como consuelo.

 

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